El esqueleto es no solo una obra maestra de arquitectura, sino que, también, la prenda más durable de cuantas se le concedieron al tipo para caracterizarse como protagonista de la vida.
Impresionan vivamente, por ejemplo, la solidez y la gracia de la columna vertebral. Su leve forma de “S” constituye la más discreta y fina solución al problema del equilibrio que se le presentó a un ser cuya estructura no estaba calculada para que anduviese parado.
El tipo, en efecto, se enderezó a última hora.
Y el orden de sus vísceras era inadecuado para la posición erecta. Pero la columna vertebral resolvió el conflicto que él se creara incorporándose.
Sus curvaturas –y su flexibilidad y su reciedumbre- le permiten al tipo atarse los zapatos, levantar al nene, lavarse los dientes, mover la cabeza como un sillón de hamaca meciéndola sobre la articulación del atlas para decir que “sí” cuando le preguntan si quiere más gató, o hacerlo girar entre el atlas y el axis para decir que “no”, sin que lo oigan, cuando le preguntan si está contento.
Desde la bóveda del pie, que amortigua el traqueteo, siguiendo la pierna hasta la rodilla –que dio origen al bandoneón y permite destapar botellas-, y de ella, muslo arriba, por la cadera, el costillar, el cráneo, todo está dispuesto para el usufructo de la posición vertical, con la levedad y la gracia de un castillo de naipes.
Sin embargo, pese a esa levedad, a esa frágil apariencia de su esqueleto, el tipo pueda cargar bolsas, llevar a otro a babucha y jugar a las bochas sin que el castillo se le deshaga.
El esqueleto es jaula, percha y caballete: todo en uno.
Se ha dicho que el hombre es hombre por la cabeza y por la mano.
Lo es más, empero, por la mano que por la cabeza: hay muchos que no piensan, y lo mismo agarran. Y otros que únicamente piensan en agarrar.
La mano es el primer ensayo serio de técnica. No sólo basta con poner el dorso hacia arriba y mover los dedos hacia abajo para llamar, sino que, lo que es mucho más importante, basta, asimismo, con poner el dorso hacia abajo y mover los dedos hacia arriba para despedirse.
El codo es sorprendente. Cuando el tipo serrucha, rinde como una charnela, que es la articulación característica de la navaja de afeitar. Permite la realización de mil trabajos porque se adapta al esfuerzo, responde a la exigencia, cede en su quicio.
Es mediante el recurso del codo que el tipo puede dar vuelta las hojas de un libro, trabajar de mótorman, tocar la guitarra y subirse a los árboles. Lo clava y se abre paso, lo apoya y descansa, lo empina y se alegra.
Cuando el tipo se pone en cuclillas para enchufar la lámpara de pie, para recoger la moneda o para acomodarle el fuego al asado está aprovechando un mecanismo en cuya preparación trabajó la naturaleza millones de años.
El que pudiendo agacharse se queja, es un desagradecido.
Libro: "El gusano loco"
Autor: Wimpi
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