El tipo se hace, por lo general, pesimista, a fuerza de ir viendo lo que les pasa en la vida a los optimistas.
Hay un optimismo capaz de producir pesimismo y es el de los optimistas que enajenan el presente, que desatienden la hora en que se vive a fuerza de anticiparse un futuro prodigioso de esa hora.
Aspirar a la plenitud, es un medio de conspirar contra ella. Quien aspira a mucho, en efecto, siempre se siente defraudado por lo que pudo, luego, conseguir.
Cada hora de la vida tiene una riqueza, un significado y un sentido. Cuando el tipo no aprovecha esa riqueza, no advierte ese significado, no entiende ese sentido, ha sufrido una pérdida que ya con nada podrá compensar.
No es optimismo auténtico el de quien espera confiado a que la realidad llegue a tener el tamaño de sus sueños: lo es, en cambio, aquel capaz de vivir su sueño como una realidad.
Esperar a que una ilusión se realice, es una falta de respeto para con la ilusión.
Esperar a que se transforme en una cosa que pueda tocarse o guardarse en el cofre-fort o ponerse en la heladera, es quitarle a la ilusión sus valores más ciertos y su gracia más diáfana y su gloria más pura.
Es confundir a la ilusión con un pagaré.
Dicen los pesimistas que no puede haber felicidad completa, porque están aburridos de ver la decepción de los optimistas que creían que podía haberla.
Pero es que la felicidad no es nunca una cosa hecha: se va haciendo.
No se trata de que el tipo piense, edificado, en que llegará a ser feliz: se trata de que, lúcido, vaya siendo feliz.
A cada momento el tipo está llegando a algo. Lo malo es que no se da cuenta.
Nada de lo que pasa, pasa. Todo se hace nuestro.
Y el tipo, que siempre quiere apoderarse de todo ¡nunca sabe ser dueño de nada!
La felicidad no pude estar al final de ningún camino: debe ir estando en el camino.
No es, nunca, una cosa hecha: es intención y referencia, es conciencia y fé.
No busca el camino hacia una cosa: se hace, entre las cosas, un camino…
Todo momento es algo, todo paso es una decisión.
Cada latido es un regalo.
Por no haber entendido eso tuvo que confesar, allá en sus años viejos, la Marquesa de Sevigné:
- “¡Qué feliz era yo en aquellos tiempos en que era infeliz…!”
Libro: "El gusano loco"
Autor: Wimpi
0 comentarios:
Publicar un comentario